sábado, 5 de abril de 2014

Nueva York, New York


Victor abraza la Gran Manzana
 Sigo con las colaboraciones de amigos, en esta ocasión Concha y su hijo adolescente Víctor nos llevan de viaje a Nueva York. Es un lujo contar con la colaboración de Concha que escribe un precioso relato lleno de descripciones que nos hacen sentir el latir de la gran manzana.  Seguro que lo vais a disfrutar.

New York, New York
En el verano de 2012 viaje a Nueva York con mi hijo, que entonces tenía 15 años. Mi amiga Pilar me ha repetido hasta la saciedad que cuente mi experiencia en su blog de viajes y ahora que dispongo de tiempo, voy a intentar contar algo de mi viaje, de lo que me acuerdo o de lo que, por un motivo  u otro, se ha quedado grabado en mi memoria. Reconozco que cuando viajo me gusta sobre todo disfrutar del paisaje de la calle, del trajín de la gente, de un mercadillo al aire libre… Me gusta sentarme en la terraza de un bar o en los bancos de una plaza y sencillamente ver. No soy amiga de anotar el día a día, ni siquiera me gusta ir pegada a una cámara de fotos e ir capturando cada imagen. Me gusta disfrutar el momento, sentirlo, si se queda bien, si se esfuma también. Pero también reconozco que, pasado el tiempo, disfruto viendo las fotos que he hecho, generalmente pocas y no demasiado buenas, pero que me recuerdan momentos y lugares que he vivido con agrado.
He empezado a leer el libro Ventanas de Manhattan, de Antonio Muñoz Molina, y en las pocas páginas que llevo he reconocido lugares y experiencias. Sobre todo la de la llegada.




Llegada a Nueva York

Llegamos de noche al aeropuerto de Kennedy y después de haber jurado que no llevábamos en nuestro equipaje ni explosivos, ni armas, ni caracoles y que no formábamos parte de ninguna organización terrorista (que pena no haber guardado aquel papel azul), nos dispusimos a guardar fila y esperar pacientemente nuestro turno para pasar por la garita de aquel agente uniformado que nos permitiría pasar al otro lado de la frontera. Una vez dentro había que emprender la aventura de recoger la maleta y de buscar el contacto que nos llevaría al hotel, lo cual siempre me ocasiona cierta inquietud. Pero ahí estaba nuestro contacto, detrás de esa especie de pancarta en la que se leía el nombre de la agencia. Había varios conductores, todos latinos, y nos distribuyeron en varios vehículos para llevarnos al hotel. Nosotros fuimos los últimos en salir y además íbamos solos en aquel coche que empezó a marchar por aquella autopista con destino a los rascacielos. Pero la autopista quedó a un lado y nos desviamos en dirección a un barrio realmente pobre, con casas aquí y allá que no guardaban ningún orden entre sí. Era la antesala a la gran manzana y yo le pregunté al conductor donde estábamos y el motivo de ese desvío. Del nombre del lugar no me acuerdo, del motivo sí y no era otro que cargar gasolina. Pero primero había que ir a recoger el dinero a un sitio y luego a echar la gasolina en otro, cada cual más lúgubre. Todo un poco extraño, lo que nos provocó cierta inquietud. Pero reanudamos el viaje y empezamos a hablar con el conductor, que no dudo en calificar a la gran manzana de podrida. Nos habló de la pobreza de su barrio (creo que vivía en Queens) y lo difícil que allí resultaba la vida. Su hijo, nos dijo, le había llamado aquella misma noche para decirle que había ocurrido un asesinato en su bloque y que la calle estaba tomada por la policía.  Como comienzo no estaba mal, pero pronto empezaron a aparecer los rascacielos con sus ventanas iluminadas. Y tuve la impresión de estar ahí, en medio de la imagen que tantas veces había visto en las pelis.

Y tras este primer contacto turístico llegamos al hotel, situado en el Midtown, muy próximo a las Naciones Unidas. Estuvimos alojados en el Beekman Tower Hotel, un edificio art decó de los años 20, con una hermosa vista desde su planta 26. Este hotel dispone de habitaciones y de apartamentos. Nosotros estuvimos en un apartamento, muy cómodo y bastante amplio. Pero lo mejor era su ubicación, muy céntrica, lo cual nos permitió en ocasiones olvidarnos del metro.
 En total estuvimos en Nueva York ocho días completos, un tiempo prudencial para llevarte una impresión general de la ciudad, pero también para quedarte con ganas de volver otra vez. Nos dejamos mucho por ver, pero lo que vimos lo hicimos sin prisa, paseando y disfrutando de los ambientes de los diferentes barrios.

Primer día descubriendo la ciudad
El primer día empezamos por lo más cercano, la estación Central, con sus impresionantes bóvedas en las que se reproduce el Zodiaco y tantas veces utilizada como escenario de llegadas y partidas en las películas, la Biblioteca Pública y el Bryant Park.

Nuestra visita continuó rumbo al RocKefeller Center, ese gigante mandado construir en 1930 por John Rockefeller, hijo del hombre más rico del mundo por aquel entonces. Mientras miles de neoyorquinos se hundían con la crisis del 29, este multimillonario se empeño en dejar escrito su nombre elevando esta especie de ciudad vertical en la que hay comercios, teatros, jardines, oficinas, una pista de patinaje, restaurantes,… Un enorme complejo comercial Art Decó. En uno de sus vestíbulos, no sé si el principal, hay un mural que se extiende a lo largo del pasillo y que reproduce escenas de duros trabajos. En un principio esté mural lo realizó Diego Rivera, quién añadió elementos próximos al marxismo que disgustaron al señor Rockefeller, tapándolo  primero y destruyéndolo después. El autor del mural actual es José María Sert. Y para ver la ciudad desde arriba, lo mejor es subir al Top of the Rock de este complejo, con dos o tres pisos por debajo del Empire State pero con mejores vistas al Central Park. Nosotros dejamos la subida para otro día, haciéndola coincidir con el atardecer, pero a la última luz del día se unieron rayos y truenos que  añadieron cierto ambiente al espectáculo.

De nuevo abajo y volviendo al recorrido de ese primer día, visitamos la Catedral de San Patricio que, a pesar de sus 100 metros de altura, queda totalmente comprimida entre los rascacielos. No deja de sorprender esta imagen de catedral encajonada, que parece tan poquita cosa frente al poder de esos gigantes de hormigón, a diferencia de otras catedrales dueñas y señoras de su entorno.
El día terminó con una visita al Madison Square Garden, que para desgracia de mi hijo estaba cerrado por obras. Nos conformamos con el exterior que inmortalizamos en unas cuantas fotos. De ahí llegamos a Times Square, coincidiendo ya con el atardecer y dejándonos deslumbrar por las luces de neón de los numerosos carteles y letreros. Times Square es, la mires por donde la mires, un monumento al capitalismo: pase, compre y se deslumbre, vea y no piense demasiado. Es el todo a lo grande. América. El yo más. Pero es también el escenario de miles de personajes que puedes observar a pie de calle o desde las escaleras que se alzan en un ángulo de la plaza. Un espectáculo en sí mismo. Debajo de estas escaleras se encuentran las taquillas de venta de entradas de último momento para los musicales de los teatros de Broadway, a precios más económicos. Nosotros, aunque eso fue otro día, fuimos a ver Chicago, en el Ambassador Theatre.
Yo misma me estoy asombrando de mi memoria con respecto al recorrido de ese primer día, debe ser precisamente por eso, por tratarse del primer día. Me resulta mucho más difícil secuenciar el resto de días, por eso voy a mezclar espacios, imágenes y sensaciones de aquí y de allá, sin ponerles fecha.


Breve visita a los museos
New Museum
Viajamos en julio y me temía días de calor asfixiante. Pero la lluvia nos persiguió en bastantes momentos y, sin llegar a ser molesta, hizo que nuestra estancia fuera un poquito más fresca. Precisamente aprovechamos uno de esos momentos de lluvia para visitar el MOMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Recorrimos sobre todo las salas de pintura y es un placer ser espectador en primera fila de la Noche estrellada de Van Gogh, de Las señoritas de Avignon de Picasso, de la Persistencia de la Memoria, de Dalí, o de los autorretratos de Frida Khalo. Existe la posibilidad de sacar una entrada conjunta para visitar el MOMA y subir al Top of the Rock del Edificio Rockefeller y para los que programan sus viajes con tiempo, los viernes por la tarde la entrada al museo es gratis. Viajar con un adolescente y visitar museos es bastante incompatible, así que nuestro paso por los museos terminó aquí, a excepción de una visita rápida al New Museum, dedicado al arte contemporáneo y situado en el barrio de Nolita (próximo al Soho). El edificio fue ideado por la arquitecta japonesa Sanaa y merece la pena visitarlo, aunque solo sea por fuera. La sencillez predomina en este conjunto de cajas metálicas, apiladas en un dudoso equilibrio y sobresaliendo de una de ellas una rosa roja.

Por los "Contrastes de Nueva York"
En general no me gustan las visitas organizadas, pero reconozco que, a veces, tienen sus ventajas. Una amiga me había recomendado realizar el recorrido “Contrastes de Nueva York”, que incluía una visita al Bronx. Tuve la sensación de participar en un safari urbano, pero vimos cosas que de otra manera hubiera resultado bastante complicado. La visita se hace en una furgoneta, con poca gente (íbamos seis personas, todas de Zaragoza) y con un guía latino. Se puede reservar en cualquier hotel o por internet e incluye la visita al Estadio de los Yankees, una comisaría en el Bronx (la conocida como Fuerte Apache porque allí se rodó la película Distrito Apache), la zona del South Bronx en la que abundan graffitis y memoriales a los pandilleros fallecidos, el barrio de Queens, uno de los más poblados y destartalados y, ya en Brooklyn, el barrio de los judíos ortodoxos, en el que de repente parecía que habíamos cambiado de siglo y de ciudad.


Era sábado, día festivo para los judíos, y todo en aquel barrio estaba cerrado. Ellos, ataviados con sus enormes gabardinas negras, sus sombreros y tirabuzones, acompañados de sus hijos varones o de otros hombres se dirigían al oficio religioso. Ellas, por otro lado, y con sus hijas, hacían lo mismo. Iban vestidas de negro o como mucho de estampados oscuros, siempre con faldas o vestidos debajo de la rodilla y cubriendo su cabeza con un pañuelo o una peluca. Yo desconocía la costumbre de los judíos ortodoxos de rapar el pelo a las mujeres cuando se casan, en señal de entrega a su marido y de pérdida de cualquier identidad que tenga que ver con la belleza. Me sorprendió y me dolió ver a aquellas mujeres con aquellas pelucas negras brillantes, aceptando su castración con sumisión, sumergidas en ese paisaje tan cerrado, a escasos metros de las bulliciosas calles de Nueva York.  Pero ahí estaban los dueños de muchos de los grandes negocios y comercios neoyorquinos.


Paseos por los barrios
El recorrido, que duró unas cuatro horas, terminó en Chinatown. Ya por nuestra cuenta recorrimos las calles típicas de un barrio chino, llenas de comercios con productos de todo tipo: tubérculos imposibles de nombrar, especias, verduras, pescados metidos en peceras o en bolsas llenas de agua, falsificaciones de relojes, de bolsos, plásticos en todas las formas posibles,… Y de ahí a Little Italy, una zona ocupada por los primeros emigrantes italianos, cuya calle principal, adornada como en una fiesta constante con banderines, está llena de restaurantes. Elegimos uno que resultó ser escenario de El Padrino (lo pude comprobar volviendo a ver la peli)  y en cuyas paredes había fotografías de una espléndida Marilyn Monroe y Frank Sinatra posando con el dueño del local. El restaurante se llama Mario’s (en 2342 Arthur Ave), tiene el encanto de una taberna, además de buena comida italiana.

Un poco más arriba se encuentra el Soho, uno de los barrios más populares de Manhattan. Hasta mediados del siglo XX había sido una zona industrial, y los talleres y naves han dado paso a los famosos lofts de hierro fundido, galerías de arte, anticuarios y locales de moda. Paseando por estas calles, te olvidas de que estás en la ciudad de los rascacielos y es que Nueva York es muchas ciudades dentro de una. La mejor forma de conocerla es trasladarse a sus barrios – el metro es una buena opción (existe la posibilidad de sacar un abono semanal por unos 25 dólares)- y caminar y caminar, aconsejados por alguna buena guía, pero dejándose también llevar por la anarquía de sus calles. De esta forma recorrimos Chelsea, con sus numerosas galerías de arte (merece la pena visitar su mercado ubicado en una antigua fábrica de galletas), East Village, con su fama de barrio bohemio y alternativo, y Greeenwich Village, más burgués y cuyo corazón está en Washington Square Park. Todos estos barrios están en el Downtown de Manhattan.
En la parte sur de la isla se encuentra Wall Street, el Distrito Financiero. Uno se acerca con la impresión de poner cara al escenario del dinero. Sorprende el poder atribuido a esta calle, nada especial por otro lado, y el trajín de los ejecutivos. Pero frente a la grandeza de algunos de estos edificios, alejándose un poco en dirección al muelle, hay una zona de pequeñas calles con casas de ladrillo rojo, sencillas, con apenas cuatro o cinco plantas, en las que me siento muchos más a gusto. En uno de estos edificios se encuentra la taberna que solía visitar George Washington, la Fraunces Tavern, que conserva su emplazamiento desde 1762 y su sabor inglés. Continuando el paseo se llega hasta el muelle donde parten los ferrys con dirección a Staten Island, desde cuyo recorrido se ve la estatua de la Libertad. Estos ferrys son gratuitos y salen con bastante frecuencia. Al subir conviene apresurarse para coger buen sitio y asegurarse buenas vistas. El trayecto dura una media hora y te permite divisar el perfil del sur de la isla con sus rascacielos y la gran dama de la Libertad. Mejor elegir la hora del atardecer, para disfrutar de las últimas luces del día. Hace algunos siglos era la primera visión con la que se encontraban los emigrantes europeos cuando llegaban a Nueva York en busca del sueño americano.

 Domingo en Harlem
El domingo lo dedicamos a dos cosas: asistir a una misa góspel en Harlem por la mañana y pasear por Central Park por la tarde. Acudimos a una iglesia que nos recomendó el guía con el que hicimos Los contrastes de Nueva York. La misa empezó a las 12 y nos fuimos cerca de las dos, pero aquella ceremonia continuaba y continuaba. Resultó emocionante y estremecedor participar de ella y disfrutar de sus cantos y de sus ritmos. No hay que perdérselo. Aquellas mujeres negras estaban realmente guapas con sus trajes de domingo y sus sombreros, algunas muy humildes. Lo mismo que ellos, perfectamente trajeados. Te reciben con hospitalidad, una señora que teníamos al lado compartía con nosotros el libro de salmos para seguir la ceremonia. Lo que no se puede es tomar fotos, se muestran muy celosos en cuanto asoma un móvil. En repetidas ocasiones pasan la cesta e incluso un sobre para dejar dinero, pero eso ya nos tiene que sonar.
A Harlem te acercas con cierta precaución. La fama de barrio peligroso le persigue, pero la recuperación de algunas zonas y la llegada de nuevos moradores ha contribuido a cambiar su imagen. Nosotros llegamos en metro y nos movimos con total tranquilidad, aunque seguro que hay zonas más oscuras. Si que tienes la sensación de estar en un barrio mucho más popular, y eso se nota en la gente, las tiendas, los restaurantes. Me gustaron sus calles espaciosas, arboladas y con la típica imagen de edificios bajos de ladrillo rojo y escaleras de hierro que conducen al primer piso. Visitamos el Teatro Apollo, epicentro de la cultura y música afro-americana. No pudimos asistir a sus Noches Amateurs, que se repiten todos los miércoles y en las que el público contribuye con su voto a sacar a nuevos valores de la música. Dicen que de esas noches salieron artistas como Ella Fitzgerald, James Brown, Los Jackson Five y Stevie Wonder. Queda pendiente para otro viaje. Como también queda pendiente acudir a una sesión de jazz en St. Nick’s de Harlem (773 street Nicholas Avenue), según dicen el mejor club de jazz de la ciudad, en el que entre manteles de cuadros se mueven los grupos más auténticos de este género.
Homenaje a Lennon en Central Park

Central Park
Al Central Park hay que ir en fin de semana. A la belleza de este parque se une el colorido de actores, músicos, danzantes, patinadores,… El espectáculo está servido, solo hay que dejarse llevar, disfrutar, detenerse, mirar, no tener prisa. Entre los personajes encontramos un hombre con un carrito de bebé del que sacaba todo tipo de vestidos, pelucas, zapatos, lazos…, con los que iba construyendo su personaje. Le acompañaba un señor que hacía las veces de ayuda de cámara y un perrito al que también disfrazaban y le servía de complemento. El mismo era su espectáculo y se unía a otros espectáculos, bailando, tocando palmas, lo que fuera. No pedía dinero, solo se exhibía. Casualmente en un programa de Callejeros Viajeros en Nueva York, apareció este mismo personaje con el mismo disfraz, pero esta vez en unos grandes almacenes.
El final del recorrido por el Central Park nos llevó al jardín construido en homenaje a John Lennon –Strawberry Fields- y al mosaico en cuyo centro se lee la palabra Imagine. Cerca había un grupo interpretando temas de los Beatles. A pocos metros de allí se encuentra el edificio Dakota donde Lennon vivía con Yoko Ono y del que salió pocos minutos antes de ser asesinado. Los apartamentos Dakota tienen ese aire de torreón misterioso y se han utilizado de escenario para varias películas, como La Semilla del Diablo, de Polanski. Al acercarte, no puedes evitar pensar en aquella pareja de abuelitos acercándose a su entrada principal,  tan aparentemente apacibles pero con intenciones tan maléficas.
Curiosidades de Nueva York
Pero Nueva York, aparte de edificios, museos, teatros, torres, tiendas,…, es sobre todo un escenario de imágenes. Imágenes de personas, de personajes, de rincones, de situaciones,… que se dan en todo momento y en todo lugar.  Cerca del hotel donde estábamos alojados vimos dos veces a un señor vestido al estilo del Willy Wonka de La Fábrica de Chocolate, una vez paseando y otra esperando en la fila del supermercado para pagar. Nadie parecía sorprenderse ante la imagen de este personaje, que se movía con total naturalidad. Quizá sea porque en Nueva York, tal como dice Muñoz Molina, la genta no mira, evita el roce y el contacto con los demás. La sorpresa debe quedar para los que estamos de paso.
Otro día vimos a un perrito cruzar la calle con sus cuatro zapatillas de deporte, una en cada patita. Otros días, muchos o todos, a los sin techo haciendo sonar sus monedas en un vaso de plástico. Todos los días y a todas horas a la gente caminando con esos enormes biberones de café con leche (o de lo que sea) que les acompañan en todo momento, en dirección al metro, saliendo del metro, esperando al autobús,… Ejecutivos y no ejecutivos comiendo en la calle, con sus envases de plástico, sus vasos de plástico, sus cubiertos de plástico. Y montañas de basura generadas por tanto plástico de usar y tirar. Y luego están las imágenes de la ciudad, de los edificios de ladrillo rojo con sus escaleras de incendio metálicas, trazando un zigzag. Y el perfil de noche de los rascacielos con sus hileras de ventanas, perfectamente alineadas, unas encendidas y otras apagadas. Y el humo saliendo por los respiraderos del metro. Y los taxis amarillos. Y los autobuses escolares amarillos. Y el ruido de sirenas.

Pero también imágenes cotidianas, que se repiten en todos los sitios, porque al final todos de alguna manera tenemos las mismas necesidades y estamos hechos de la misma materia. Como aquella anciana, sentada en las escaleras de su casa de una preciosa calle de Brooklyn, que nos preguntó de donde veníamos y nos aconsejó sobre lo que podíamos ver en su barrio. Y yo tuve la sensación de estar ante una de esas señoras que se sientan al fresco en la puerta de su casa de cualquier pueblo, esperando a alguien con quién charlar.

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